Una fría noche de invierno,
mientras el sol calentaba,
una manada de cerdos,
volaba de flor en flor.
Yo, cogí mi periódico sin letras
y me puse a leer debajo de un farol apagado,
de repente, me atacó un esqueleto sin huesos,
cogí mi cuchillo sin mango ni hoja y le atravesé el corazón;
a los aullidos del muerto vino la policía montada en un caracol cojo,
empecé a correr, a correr, a correr, me caí de un precipicio de un milímetro
y no sé como no me mate.